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lunes, 27 de junio de 2011

La invitación




Desde que mi amigo Paco me anunció en el verano que su hija Clara se casaba con José María, un joven diplomático madrileño, destinado como agregado de asuntos religiosos en la embajada de la Santa Sede en Roma, albergaba la esperanza de que no le cayese en saco roto la prudente recomendación que le formulé entonces, tratando de disuadirle a que nos invitase a la boda de su hija; porque Paco sabe de primera mano, que soy uno de esos irreductibles ciudadanos, refractario a emprender viajes si no es por una causa de fuerza mayor o de acudir a cualquier tipo de celebración, aunque tenga carácter íntimo y familiar. Sin embargo, las leyes de Murphy suelen ser muy atinadas en sus auspicios, y aunque parece que se escriben con renglones torcidos, en uno de sus enunciados nos advierten que basta desear firmemente que algo no ocurra para que acabe ocurriendo. Así que la inevitable llamada telefónica que terminó por arruinar los frágiles argumentos que aun me quedaban en la recámara para oponerme a esa contingencia, se me vino encima de un modo previsible y esperado, como si se tratase de un fruto maduro que se cae de las ramas del árbol.

-Hola Paco, que casualidad, en el momento de recibir tu llamada estaba pensando en vosotros. Dime ¿por dónde andas?

-Estoy en Pozuelo con Susana, ayudándola a completar la lista de invitados a la boda de Clara, que definitivamente se celebrará el 24 de noviembre. Es un sábado, así que no tenéis excusa.

-De acuerdo Paco. Aunque en lo sucesivo estoy decidido a certificar mi despedida a esos eventos sociales, que ajenos a la voluntad de los anfitriones, acaban convirtiéndose en francachelas surrealistas y en cuchipandas interminables. Así que con toda certeza te puedo asegurar, que esta será mi última asistencia a una boda en la villa y corte de Madrid.

-Amigo mío ¡Pensar que aun no te has quitado la pelliza de encima! Procura ponerte al día, porque te estás volviendo un carroza, y se te va a pasar el arroz ¿Entiendes? Eso de casarse en las grandes ciudades ya no se lleva. La ceremonia se celebrará en la iglesia de Santa María de Caná de Pozuelo, y el banquete en una finca del tío del novio en Pinohermoso, en la sierra de Guadarrama. Oye, a propósito, no te voy a pedir que vengas de tiros largos, pero al menos procura presentarte de corbata, que aquí no vienes a jugar al mus con los gañanes de tu pueblo.

-¡No me vengas con chorradas, Paco! Cuando hace un par de años me dabas la vara con el dichoso discurso de la laicidad del estado como panacea universal, me solías comentar que ninguno de tus hijos se casaría por la iglesia, mientras viviesen bajo techo paterno. Pero eso de emparentar con los Bracamente, no creas que te va a salir gratis, ni te va a resultar ningún chollo; tendrás que envainártela muchas veces, como en esta ocasión.

-Joder, no seas aguafiestas. Sabes de sobra que mi futuro yerno Josemari, está muy vinculado al Opus por razones profesionales, y en ese tema tan delicado Susana y yo no tenemos pito que tocar.

-Muy bien, pues le dices a Josemari…..No, vale más que a él no le digas nada. Te lo digo a ti y punto ¡Paco, a mi en la iglesia no me pilláis ni de coña! ¡Ah! Y olvídate que les baile el agua a esos amiguetes de nuevo cuño que te has echado, que me imagino que solo mearán colonia y agua bendita. Aunque pensándolo bien, tampoco estaría mal acercarse al altar mayor, para filmar el sonado enlace matrimonial, bajo esa panoplia de oropeles litúrgicos perfumados de incienso, en un selecto entorno de ilustres apellidos y de eminentes y distinguidos purpurados. Y te puedo vaticinar, que tus consuegros, para no desentonar en ese ambiente glamuroso de gente bien, moverán todos sus resortes e influencias, tratando de que bendiga el casorio un monseñor supernumerario de La Obra o el propio nuncio de sus santidad. Y en ese contexto, un acontecimiento de esas características, tan retro y fashion a la vez, no le pasará desapercibido a la prensa rosa. Así que mira tú por dónde, hasta podemos aparecer en la portada del Hola, junto a la flor y nata de la sociedad madrileña ¡Dios no lo quiera, Paco!

-Eres un cabronazo, pero paso olímpicamente de tus críticas baratas y de tus cáusticos comentarios de charlatán de feria. Supongo que Rosa no será tan borde como tú, y espero que al menos se digne a entrar en la iglesia, aunque se quede en el último banco a medir la cola del vestido de la novia y a rajar de los atuendos y pamelas de las invitadas. Por cierto, a ti que tanto te gusta la naturaleza, te va a encantar ese pueblo colgado en lo alto de una montaña al borde de un barranco. Está a unos 70 kilómetros de aquí, pero se llega en menos de una hora. Además, te envío por correo ordinario un plano detallado del recorrido, para que no te pierdas, porque te has vuelto más de pueblo que las amapolas.

-Estoy pensando que en esas fechas podría nevar en la sierra, así que tendré que llevar cadenas, por si acaso.

-Por favor, no seas pájaro de mal agüero, en esa zona solo nieva cuando ya está muy entrado el invierno.

-Muy bien, ojalá no te equivoques y tenga que venir a sacarnos de allí un helicóptero de Protección Civil.

-¡Joder tío! Eres un auténtico cenizo y me vas a terminar gafando la boda. A ver si te sacudes de encima ese mal fario que llevas puesto. ¡Ah! se me olvidó decirte, que a las afueras del pueblo, como a unos tres kilómetros, un primo de Josemari tiene un hotelito rural que es una auténtica pasada ¿Ya me dirás si os reservo una habitación para esa noche?

-Por supuesto, Paco ¿Quién rehusaría pasar la noche en los dominios de un señorío de tan rancio abolengo como el de los Bracamonte? Que por lo que me acabas de contar, sería como pernoctar en la antesala de las puertas del cielo.

-Le dices a Rosa que ya la llamará Susana, para ponerla en antecedentes de todos los detalles ¿Sabes? Os quiero mucho a los dos, pero estoy medio arrepentido de haberos invitado. Sobre todo a ti, que eres un plasma, un petardo y un descreído trasnochado de pacotilla. Venga, mañana te mando un mail con una descripción detallada de Pinohermoso y de la casita rural.

-Oye, no te olvides de enviarme también un GPS fiable, por si tenemos que salir de allí a uña de caballo.

Y colgué, sin darle tiempo a responderme.


Galgo

junio-2011

sábado, 4 de junio de 2011

El rayo


Era casi media noche de aquel día bochornoso e interminable en plena canícula veraniega, y una tediosa calma prolongada y aburrida reinaba en el ambiente, cuando decidí abrir de par en par una de las ventanas de la galería, buscando infructuosamente renovar el aire sofocante, espeso y pegajoso que invadía aquella estancia; al tiempo que alzaba la vista para observar los plomizos nubarrones moviéndose a merced de un viento agostado y remolón, mostrando y ocultando su contorno aborregado tras las bambalinas luminosas de la luna llena, bajo un cielo encapotado y opresivo que anunciaba la proximidad de la borrasca. Allá a lo lejos, sobre la superficie cansada de un mar semidormido, se proyectaban ráfagas fugaces de luces intermitentes que se perdían en aquella cerrazón, confundidas con el retumbar distante de los truenos.

Media hora más tarde comenzaba a desatarse la tormenta, que avanzaba amenazadora sobre el mar desde poniente, empujada por un vendaval del sudoeste tozudo y racheado, traspasado por dispersos goterones de lluvia, que a lomos de aquel ardiente ventarrón, a duras penas alcanzaban el suelo en su caída.

Apoyado sobre el quicio de la ventana, permanecía absorto contemplando los avatares que se sucedían en aquel inquietante y sorprendente escenario natural, hasta que las campanadas de un cercano reloj de pared y el estampido próximo de un trueno , me movieron a actuar con la máxima premura para tratar de obtener esa fugaz e imprevisible imagen fotográfica de un rayo antes de disiparse la tormenta. Previamente había dispuesto todo lo necesario para cuando llegase la ocasión, montar con presteza la cámara réflex sobre un trípode, y accionarla por medio de un disparador de cable dirigiendo el objetivo hacia donde se generaba la mayor actividad eléctrica.

Momentos después una luz cegadora de gran intensidad iluminó por un instante todo el recinto acristalado y sus inmediaciones, dibujando un garabato zigzagueante en el aire tras las ramas de los árboles, antes de hundirse en el mar al pie del acantilado. Simultáneamente sentí una violenta detonación que reventó parte de los cristales de la galería, seguido de un potente crujido que me dejó sin respiración. Advertí como el vello de mis brazos se erizaba, mientras un intenso escalofrío recorría todo mi cuerpo sudoroso. Luego traté de recuperar el control y sosegarme, mientras se iba distanciando poco a poco la tormenta, que había dejado suspendido a su paso en el aire, un intenso olor acre, que impregnaba aquel ambiente electrizado.

Una vez repuesto de ese acontecimiento excepcional, desmonté la cámara el trípode y me dirigí apresuradamente a mi pequeño laboratorio para revelar la placa, con la esperanza de haber captado la imagen del rayo en toda su amplitud e intensidad. Y en el fondo de la cubeta, bajo el líquido revelador, observé asombrado como la imagen capturada por la placa fotográfica, a medida que se tornaba visible, se transformaba lentamente en la figura verdosa y fosforescente de una esvástica.

Galgo

junio-2011