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sábado, 4 de junio de 2011

El rayo


Era casi media noche de aquel día bochornoso e interminable en plena canícula veraniega, y una tediosa calma prolongada y aburrida reinaba en el ambiente, cuando decidí abrir de par en par una de las ventanas de la galería, buscando infructuosamente renovar el aire sofocante, espeso y pegajoso que invadía aquella estancia; al tiempo que alzaba la vista para observar los plomizos nubarrones moviéndose a merced de un viento agostado y remolón, mostrando y ocultando su contorno aborregado tras las bambalinas luminosas de la luna llena, bajo un cielo encapotado y opresivo que anunciaba la proximidad de la borrasca. Allá a lo lejos, sobre la superficie cansada de un mar semidormido, se proyectaban ráfagas fugaces de luces intermitentes que se perdían en aquella cerrazón, confundidas con el retumbar distante de los truenos.

Media hora más tarde comenzaba a desatarse la tormenta, que avanzaba amenazadora sobre el mar desde poniente, empujada por un vendaval del sudoeste tozudo y racheado, traspasado por dispersos goterones de lluvia, que a lomos de aquel ardiente ventarrón, a duras penas alcanzaban el suelo en su caída.

Apoyado sobre el quicio de la ventana, permanecía absorto contemplando los avatares que se sucedían en aquel inquietante y sorprendente escenario natural, hasta que las campanadas de un cercano reloj de pared y el estampido próximo de un trueno , me movieron a actuar con la máxima premura para tratar de obtener esa fugaz e imprevisible imagen fotográfica de un rayo antes de disiparse la tormenta. Previamente había dispuesto todo lo necesario para cuando llegase la ocasión, montar con presteza la cámara réflex sobre un trípode, y accionarla por medio de un disparador de cable dirigiendo el objetivo hacia donde se generaba la mayor actividad eléctrica.

Momentos después una luz cegadora de gran intensidad iluminó por un instante todo el recinto acristalado y sus inmediaciones, dibujando un garabato zigzagueante en el aire tras las ramas de los árboles, antes de hundirse en el mar al pie del acantilado. Simultáneamente sentí una violenta detonación que reventó parte de los cristales de la galería, seguido de un potente crujido que me dejó sin respiración. Advertí como el vello de mis brazos se erizaba, mientras un intenso escalofrío recorría todo mi cuerpo sudoroso. Luego traté de recuperar el control y sosegarme, mientras se iba distanciando poco a poco la tormenta, que había dejado suspendido a su paso en el aire, un intenso olor acre, que impregnaba aquel ambiente electrizado.

Una vez repuesto de ese acontecimiento excepcional, desmonté la cámara el trípode y me dirigí apresuradamente a mi pequeño laboratorio para revelar la placa, con la esperanza de haber captado la imagen del rayo en toda su amplitud e intensidad. Y en el fondo de la cubeta, bajo el líquido revelador, observé asombrado como la imagen capturada por la placa fotográfica, a medida que se tornaba visible, se transformaba lentamente en la figura verdosa y fosforescente de una esvástica.

Galgo

junio-2011